Aún recuerdo cómo hace aproximadamente un año, ya supe lo dura que sería mi marcha de Corea. Fue en la despedida de Luis, becario de Promomadrid, en la que me di cuenta de lo doloroso que podría llegar a ser decir adios a esta etapa de mi vida, a este país que durante quince meses me iba a acoger amablemente. Aquella despedida, aunque ajena, resultó dura, no por el hecho de la relación que mantuve con él, al que conocí apenas, sino por la visualización de lo desgarradoramente patético y triste que sería mi propio adios futuro.
La sensación de "muerte anunciada" implícita en un contrato de quince meses ha estado inevitablemente presente en mí en todo momento. No he podido ignorarla. Sin embargo, el día 29 de diciembre de 2008, que en un principio se nos antojaba lejano e incierto, llegó tan rápido y sigiloso que apenas tuvimos posibilidad de reacción. Nos machacó a todos con la intensidad y fuerza de un vendaval. El naufragio ha sido tan cruel que desde tierra firme a la que acabamos de llegar a nado, a duras penas podemos recoger los restos de nuestro barco, de nuestras vidas, que flotan desguazados, desparramados por el océano.
La desubicación es total. En Madrid, todo me reulta tan familiar como extraño. Dejo que el jamón y la torilla me vayan meciendo y se apoderen de mí lentamente, pero me siento perdido. Resulta difícil de aceptar que nunca más quedaremos todos juntos a las 9 en Sinchon Rotary (cenados). Resulta aún más duro pensar que habrá gente a la que jamás volveremos a ver. Se cierra una etapa en nuestras vidas y comienza una nueva. Dejamos Corea y con ello tantas cosas más que da vértigo mirar atrás. Os echaré de menos. Hasta siempre Seúl.
La sensación de "muerte anunciada" implícita en un contrato de quince meses ha estado inevitablemente presente en mí en todo momento. No he podido ignorarla. Sin embargo, el día 29 de diciembre de 2008, que en un principio se nos antojaba lejano e incierto, llegó tan rápido y sigiloso que apenas tuvimos posibilidad de reacción. Nos machacó a todos con la intensidad y fuerza de un vendaval. El naufragio ha sido tan cruel que desde tierra firme a la que acabamos de llegar a nado, a duras penas podemos recoger los restos de nuestro barco, de nuestras vidas, que flotan desguazados, desparramados por el océano.
La desubicación es total. En Madrid, todo me reulta tan familiar como extraño. Dejo que el jamón y la torilla me vayan meciendo y se apoderen de mí lentamente, pero me siento perdido. Resulta difícil de aceptar que nunca más quedaremos todos juntos a las 9 en Sinchon Rotary (cenados). Resulta aún más duro pensar que habrá gente a la que jamás volveremos a ver. Se cierra una etapa en nuestras vidas y comienza una nueva. Dejamos Corea y con ello tantas cosas más que da vértigo mirar atrás. Os echaré de menos. Hasta siempre Seúl.