Aterricé en Seoul cansado de un largo viaje de más de doce horas. Deseaba llegar a mi nuevo apartamento y echarme a dormir. Las llaves del apartamento 406 las debía tener el portero en la portería, pero no todo salió como estaba planeado.
Una vez llegado al edificio, cuando intenté comunicarme con el susodicho en mi más que cuestionable coreano, pude entender que no había ni rastro de mis llaves. Contrariado, me acerqué a la agencia inmobiliaria (maletas incluidas) para solucionar cuanto antes el enigma. En la agencia tampoco sabían nada de las llaves, y ellos, muy precavidos, tampoco tenían copia alguna. Estaba literalmente en la calle, tirado. Tras numerosas llamadas y más de una hora de espera, la dueña de la agencia finalmente me dijo que no había llave alguna, habían desaparecido; por lo que la única opción posible era llamar a un ingeniero. No debía preocuparme. En una hora mi puerta estaría abierta y podría entrar en mi nuevo hogar coreano.
Como la puerta de la casa de Ciro es electrónica, y se puede abrir o bien con la llave o bien con un código secreto (el de Ciro es 56721), supuse que la mía sería similar. Imaginé al ingeniero intentando descifrar el complejo código a través un sofisticado aparato electrónico, acoplado a la cerradura, mediante un sistema heurístico hexadecimal.
Cuando me avisaron de que la puerta ya estaba abierta, subí a casa, y el ingeniero aún estaba en la puerta. Era un hombre bajito, de unos 70 años, y sólo había traído tres herramientas; un cincel, un martillo y un destornillador. La cerradura no era electrónica, pero el resultado hubiera sido el mismo: una cerradura arrancada a martillazos sustituida por otra nueva... El trabajo había sido fino.
Una de las cosas que he aprendido de Corea es que todo el mundo tiene un título. hasta el más membrillo. El cerrajero es ingeniero de puertas, el que trae el tóner a la oficina técnico de copiadoras, y el que te sirve un café es vicepresidente ejecutivo. Las apariencias y el estatus tanto en la vida coreana como en los negocios son muy importantes, y sin título no eres nadie.
Roldán en este país podría haber sido Emperador.
Una vez llegado al edificio, cuando intenté comunicarme con el susodicho en mi más que cuestionable coreano, pude entender que no había ni rastro de mis llaves. Contrariado, me acerqué a la agencia inmobiliaria (maletas incluidas) para solucionar cuanto antes el enigma. En la agencia tampoco sabían nada de las llaves, y ellos, muy precavidos, tampoco tenían copia alguna. Estaba literalmente en la calle, tirado. Tras numerosas llamadas y más de una hora de espera, la dueña de la agencia finalmente me dijo que no había llave alguna, habían desaparecido; por lo que la única opción posible era llamar a un ingeniero. No debía preocuparme. En una hora mi puerta estaría abierta y podría entrar en mi nuevo hogar coreano.
Como la puerta de la casa de Ciro es electrónica, y se puede abrir o bien con la llave o bien con un código secreto (el de Ciro es 56721), supuse que la mía sería similar. Imaginé al ingeniero intentando descifrar el complejo código a través un sofisticado aparato electrónico, acoplado a la cerradura, mediante un sistema heurístico hexadecimal.
Cuando me avisaron de que la puerta ya estaba abierta, subí a casa, y el ingeniero aún estaba en la puerta. Era un hombre bajito, de unos 70 años, y sólo había traído tres herramientas; un cincel, un martillo y un destornillador. La cerradura no era electrónica, pero el resultado hubiera sido el mismo: una cerradura arrancada a martillazos sustituida por otra nueva... El trabajo había sido fino.
Una de las cosas que he aprendido de Corea es que todo el mundo tiene un título. hasta el más membrillo. El cerrajero es ingeniero de puertas, el que trae el tóner a la oficina técnico de copiadoras, y el que te sirve un café es vicepresidente ejecutivo. Las apariencias y el estatus tanto en la vida coreana como en los negocios son muy importantes, y sin título no eres nadie.
Roldán en este país podría haber sido Emperador.
1 comentario:
¿No probaste con "ábrete sésamo" en koreano?
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