domingo, 20 de enero de 2008

El Motel

Recuerdo con gracia aquel viernes en el que Manolo, Ciro y yo salimos a buscar un hostalillo barato para Pablo, el nuevo becario que iba a incorporarse tardíamente a filas. Su llegada era inminente, e intentamos buscar un alojamiento con una aceptable relación calidad precio. La estancia sería provisional, por tres o cuatro días, el tiempo que tardásemos en encontrarle un apartamento decente.

La zona de Sinchon, en la que vivimos, es uno de los muchos centros de la inmensa Seúl. Sinchon es un barrio joven y bullicioso, de brillantes neones y de universitarias con faldita. De restaurantes y boutiques, de Mc Donalds y Starbucks cafés. Los anteriores becarios ya vivían aquí, y la mayoría hemos heredado sus pisos. Estamos muy contentos con el lugar porque prácticamente hay de todo y estamos muy bien comunicados con el trabajo. Sinchon es también una zona de bajas pasiones; hay multitud de los llamados "love motel" , en los que los jóvenes no independizados dan rienda suelta a sus instintos más primarios, y los adúlteros gozan de anonimato.

Resulta bastante complicado diferenciar un "love motel" de un hotelucho, un hostal o un motel. La paritcular y caótica fisonomía de los edificios coreanos impide distinguir unos de otros, y la única manera de hacerlo es mediante el clásico procedimiento de prueba y error. Si bien las posibilidades de que se trate de un love motel son más altas cuando menos ventanas tenga el edificio, esto no es una fórmula que garantice el éxito.

Tras descartar por obvios algunos ostentosos y flagrantes templos del sudor y del acartonamiento, decidimos entrar en un local de pinta más virginal e inocente. Cuando el casposo y joven recepcionista nos vio, extranjeros, con nuestros impunentes trajes y conjuntadas corbatas, no puso un mayor interés en atendernos. Nos dirigimos a él y en pantagruélico coreano intentamos preguntarle por la disponibilidad de habitaciones. Según pudimos entender, efectivamente había habitaciones libres. Cuando le explicamos que queríamos una habitación para tres días, levantó la cabeza y nos miró de arriba a abajo. Pude darme cuenta como sonreía disimuladamente. Cuando Manolo le explicó que la habitación era para un amigo de España que iba a venir al día siguiente, el recepcionista ya no disimuló su risa. Supe lo que había pasado por su mente. Imaginarme a cuatro depravados almizcleros encerrados en una habitación de motel durante tres días me produjo un escalofrío más que risa. Salimos de allí pitando; estaba claro que aquello no era lo que buscábamos.




.

No hay comentarios: